Ahora que llega el veranito y hay que secar la raspa para lucir palmito en la playa, muchas personas comienzan a percatarse de que su sudor durante los entrenamientos desprende un fuerte olor a amoníaco.

Los hidratos de carbono son un nutriente básico para la práctica deportiva. Uno de los efectos de una alimentación baja en hidratos de carbono es el olor a amoníaco durante la realización de una sesión de ejercicio físico. Esto ocurre en todo  tipo de personas, tanto entrenadas como desentrenadas, a pesar de que es más sencillo encontrarlo en personas diabéticas.

Cuando sometemos al organismo a una carga fuerte de entrenamiento el nutriente al que recurre para poder generar energía son los carbohidratos. Esto se debe a que son el nutriente más rentable para producir energía y además el más rápido, ya que su transformación puede ser directa y no requiere, indispensablemente, de la presencia del oxígeno.

Si nuestra dieta es baja en hidratos de carbono, el glucógeno almacenado en músculos e hígado puede agotarse con relativa facilidad. Entonces, el cuerpo recurre a otras vías menos eficientes para obtener energía: las proteínas y los lípidos. Eso es un reflejo de que al organismo le queda poco glucógeno porque estos nutrientes ceden energía a un ritmo mucho más lento e insuficiente para mantener el gasto producido por un esfuerzo importante.

Durante el proceso de desaminación para poder obtener energía a través de los aminoácidos se desprende amoníaco, el cual es eliminado a través del sudor y la orina.

Esto es común en diabéticos que, debido a su enfermedad, tienen más dificultades para almacenar glucosa y sus reservas para aguantar sesiones de entrenamiento de larga duración son bastante escasas, cosa que, si no reponen convenientemente durante el ejercicio, obliga a su organismo a recurrir a otras fuentes energéticas.

¿La solución? En caso de que estemos en una dieta hipercalórica, reduce el consumo de proteína e incrementa el consumo de hidratos de carbono y/o grasas, esto es debido a que a más proteínas consumamos, menos hidratos de carbono y/grasas podremos introducir en nuestra alimentación (si es que la llevamos controlada), por lo que el cuerpo tenderá a usar más aminoácidos como fuente energética.

En caso de que estemos en una dieta hipocalórica, intenta concentrar los hidratos de carbono en el periodo de antes y durante del entrenamiento, así le aportaremos a nuestro cuerpo este nutriente cuando más lo necesita, reduciendo por ende la necesidad de este de recurrir a otros tipos de sustratos energéticos durante la práctica deportiva.

En
anteriores artículos hemos dejado claro la importancia de los hidratos
de carbono como nutriente básico para la práctica deportiva. Uno de los
efectos de una mala alimentación es el olor a amoníaco tras la
realización de una sesión de ejercicio físico. Esto ocurre en cualquier
tipo de personas, tanto entrenadas como desentrenadas, a pesar de que es
más sencillo encontrarlo en diabéticos.

Cuando sometemos al organismo a una carga fuerte de entrenamiento o a
un gran estrés durante una competición, el nutriente al que recurre
para poder generar energía es los carbohidratos. Esto se debe a que, a
pesar de que no son el nutriente más rentable para producir energía (los
ácidos grasos generan mucha más), sí son el más rápido, ya que su
transformación puede ser directa y no requiere, indispensablemente, de
la presencia del oxígeno.

Si nuestra dieta es baja en hidratos de carbono, los depósitos
presentes en músculos, sangre e hígado pueden agotarse. Entonces, el
cuerpo recurre a otras vías menos eficientes para obtener la energía:
las proteínas y los lípidos. Eso es un reflejo de que al organismo le
queda poco combustible porque estos nutrientes ceden energía a un ritmo
mucho más lento e insuficiente para mantener el gasto producido por un
esfuerzo importante. A menudo se puede caer en una pájara en este
momento.

En estos casos es cuando se produce el que se suele conocer como olor
a amoníaco. No obstante, este olor proviene de la acetona, un cuerpo
generado por la combustión ineficaz de las grasas, proceso denominado
como cetosis y considerado como el primer nivel de desnutrición. Uno de
los problemas más importantes de la cetosis es que se sobrecarga la
función renal, pudiendo poner en peligro este órgano.

Esto es común en diabéticos que, debido a su enfermedad, tienen más
dificultades para almacenar glucosa y sus reservas para aguantar
ejercicios o competiciones de larga duración son bastante escasas, cosa
que, si no reponen convenientemente durante el ejercicio, obliga a su
organismo a recurrir a otras fuentes energéticas.

La solución para este caso pasa, en el caso de no ser diabéticos, por
mejorar la dieta. Añadir un mayor porcentaje de hidratos de carbono
(como mínimo un 55% del total de la dieta, aunque en deportistas puede
ser un porcentaje más alto). Esto eliminará, por un lado, la producción
de este olor típico a amoniaco y, por otro lado, proporcionará un mejor
rendimiento al deportista durante su práctica.
– See more at: http://preparadorfisico.net/olor-a-amoniaco-tras-realizar-deporte/#sthash.LuZvqG3h.dpuf

En
anteriores artículos hemos dejado claro la importancia de los hidratos
de carbono como nutriente básico para la práctica deportiva. Uno de los
efectos de una mala alimentación es el olor a amoníaco tras la
realización de una sesión de ejercicio físico. Esto ocurre en cualquier
tipo de personas, tanto entrenadas como desentrenadas, a pesar de que es
más sencillo encontrarlo en diabéticos.

Cuando sometemos al organismo a una carga fuerte de entrenamiento o a
un gran estrés durante una competición, el nutriente al que recurre
para poder generar energía es los carbohidratos. Esto se debe a que, a
pesar de que no son el nutriente más rentable para producir energía (los
ácidos grasos generan mucha más), sí son el más rápido, ya que su
transformación puede ser directa y no requiere, indispensablemente, de
la presencia del oxígeno.

Si nuestra dieta es baja en hidratos de carbono, los depósitos
presentes en músculos, sangre e hígado pueden agotarse. Entonces, el
cuerpo recurre a otras vías menos eficientes para obtener la energía:
las proteínas y los lípidos. Eso es un reflejo de que al organismo le
queda poco combustible porque estos nutrientes ceden energía a un ritmo
mucho más lento e insuficiente para mantener el gasto producido por un
esfuerzo importante. A menudo se puede caer en una pájara en este
momento.

En estos casos es cuando se produce el que se suele conocer como olor
a amoníaco. No obstante, este olor proviene de la acetona, un cuerpo
generado por la combustión ineficaz de las grasas, proceso denominado
como cetosis y considerado como el primer nivel de desnutrición. Uno de
los problemas más importantes de la cetosis es que se sobrecarga la
función renal, pudiendo poner en peligro este órgano.

Esto es común en diabéticos que, debido a su enfermedad, tienen más
dificultades para almacenar glucosa y sus reservas para aguantar
ejercicios o competiciones de larga duración son bastante escasas, cosa
que, si no reponen convenientemente durante el ejercicio, obliga a su
organismo a recurrir a otras fuentes energéticas.

La solución para este caso pasa, en el caso de no ser diabéticos, por
mejorar la dieta. Añadir un mayor porcentaje de hidratos de carbono
(como mínimo un 55% del total de la dieta, aunque en deportistas puede
ser un porcentaje más alto). Esto eliminará, por un lado, la producción
de este olor típico a amoniaco y, por otro lado, proporcionará un mejor
rendimiento al deportista durante su práctica.
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efectos de una mala alimentación es el olor a amoníaco tras la
realización de una sesión de ejercicio físico. Esto ocurre en cualquier
tipo de personas, tanto entrenadas como desentrenadas, a pesar de que es
más sencillo encontrarlo en diabéticos.

Cuando sometemos al organismo a una carga fuerte de entrenamiento o a
un gran estrés durante una competición, el nutriente al que recurre
para poder generar energía es los carbohidratos. Esto se debe a que, a
pesar de que no son el nutriente más rentable para producir energía (los
ácidos grasos generan mucha más), sí son el más rápido, ya que su
transformación puede ser directa y no requiere, indispensablemente, de
la presencia del oxígeno.

Si nuestra dieta es baja en hidratos de carbono, los depósitos
presentes en músculos, sangre e hígado pueden agotarse. Entonces, el
cuerpo recurre a otras vías menos eficientes para obtener la energía:
las proteínas y los lípidos. Eso es un reflejo de que al organismo le
queda poco combustible porque estos nutrientes ceden energía a un ritmo
mucho más lento e insuficiente para mantener el gasto producido por un
esfuerzo importante. A menudo se puede caer en una pájara en este
momento.

En estos casos es cuando se produce el que se suele conocer como olor
a amoníaco. No obstante, este olor proviene de la acetona, un cuerpo
generado por la combustión ineficaz de las grasas, proceso denominado
como cetosis y considerado como el primer nivel de desnutrición. Uno de
los problemas más importantes de la cetosis es que se sobrecarga la
función renal, pudiendo poner en peligro este órgano.

Esto es común en diabéticos que, debido a su enfermedad, tienen más
dificultades para almacenar glucosa y sus reservas para aguantar
ejercicios o competiciones de larga duración son bastante escasas, cosa
que, si no reponen convenientemente durante el ejercicio, obliga a su
organismo a recurrir a otras fuentes energéticas.

La solución para este caso pasa, en el caso de no ser diabéticos, por
mejorar la dieta. Añadir un mayor porcentaje de hidratos de carbono
(como mínimo un 55% del total de la dieta, aunque en deportistas puede
ser un porcentaje más alto). Esto eliminará, por un lado, la producción
de este olor típico a amoniaco y, por otro lado, proporcionará un mejor
rendimiento al deportista durante su práctica.
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de carbono como nutriente básico para la práctica deportiva. Uno de los
efectos de una mala alimentación es el olor a amoníaco tras la
realización de una sesión de ejercicio físico. Esto ocurre en cualquier
tipo de personas, tanto entrenadas como desentrenadas, a pesar de que es
más sencillo encontrarlo en diabéticos.

Cuando sometemos al organismo a una carga fuerte de entrenamiento o a
un gran estrés durante una competición, el nutriente al que recurre
para poder generar energía es los carbohidratos. Esto se debe a que, a
pesar de que no son el nutriente más rentable para producir energía (los
ácidos grasos generan mucha más), sí son el más rápido, ya que su
transformación puede ser directa y no requiere, indispensablemente, de
la presencia del oxígeno.

Si nuestra dieta es baja en hidratos de carbono, los depósitos
presentes en músculos, sangre e hígado pueden agotarse. Entonces, el
cuerpo recurre a otras vías menos eficientes para obtener la energía:
las proteínas y los lípidos. Eso es un reflejo de que al organismo le
queda poco combustible porque estos nutrientes ceden energía a un ritmo
mucho más lento e insuficiente para mantener el gasto producido por un
esfuerzo importante. A menudo se puede caer en una pájara en este
momento.

En estos casos es cuando se produce el que se suele conocer como olor
a amoníaco. No obstante, este olor proviene de la acetona, un cuerpo
generado por la combustión ineficaz de las grasas, proceso denominado
como cetosis y considerado como el primer nivel de desnutrición. Uno de
los problemas más importantes de la cetosis es que se sobrecarga la
función renal, pudiendo poner en peligro este órgano.

Esto es común en diabéticos que, debido a su enfermedad, tienen más
dificultades para almacenar glucosa y sus reservas para aguantar
ejercicios o competiciones de larga duración son bastante escasas, cosa
que, si no reponen convenientemente durante el ejercicio, obliga a su
organismo a recurrir a otras fuentes energéticas.

La solución para este caso pasa, en el caso de no ser diabéticos, por
mejorar la dieta. Añadir un mayor porcentaje de hidratos de carbono
(como mínimo un 55% del total de la dieta, aunque en deportistas puede
ser un porcentaje más alto). Esto eliminará, por un lado, la producción
de este olor típico a amoniaco y, por otro lado, proporcionará un mejor
rendimiento al deportista durante su práctica.
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efectos de una mala alimentación es el olor a amoníaco tras la
realización de una sesión de ejercicio físico. Esto ocurre en cualquier
tipo de personas, tanto entrenadas como desentrenadas, a pesar de que es
más sencillo encontrarlo en diabéticos.

Cuando sometemos al organismo a una carga fuerte de entrenamiento o a
un gran estrés durante una competición, el nutriente al que recurre
para poder generar energía es los carbohidratos. Esto se debe a que, a
pesar de que no son el nutriente más rentable para producir energía (los
ácidos grasos generan mucha más), sí son el más rápido, ya que su
transformación puede ser directa y no requiere, indispensablemente, de
la presencia del oxígeno.

Si nuestra dieta es baja en hidratos de carbono, los depósitos
presentes en músculos, sangre e hígado pueden agotarse. Entonces, el
cuerpo recurre a otras vías menos eficientes para obtener la energía:
las proteínas y los lípidos. Eso es un reflejo de que al organismo le
queda poco combustible porque estos nutrientes ceden energía a un ritmo
mucho más lento e insuficiente para mantener el gasto producido por un
esfuerzo importante. A menudo se puede caer en una pájara en este
momento.

En estos casos es cuando se produce el que se suele conocer como olor
a amoníaco. No obstante, este olor proviene de la acetona, un cuerpo
generado por la combustión ineficaz de las grasas, proceso denominado
como cetosis y considerado como el primer nivel de desnutrición. Uno de
los problemas más importantes de la cetosis es que se sobrecarga la
función renal, pudiendo poner en peligro este órgano.

Esto es común en diabéticos que, debido a su enfermedad, tienen más
dificultades para almacenar glucosa y sus reservas para aguantar
ejercicios o competiciones de larga duración son bastante escasas, cosa
que, si no reponen convenientemente durante el ejercicio, obliga a su
organismo a recurrir a otras fuentes energéticas.

La solución para este caso pasa, en el caso de no ser diabéticos, por
mejorar la dieta. Añadir un mayor porcentaje de hidratos de carbono
(como mínimo un 55% del total de la dieta, aunque en deportistas puede
ser un porcentaje más alto). Esto eliminará, por un lado, la producción
de este olor típico a amoniaco y, por otro lado, proporcionará un mejor
rendimiento al deportista durante su práctica.
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